Cada vez que tengo oportunidad, procuro desconectarme del mundo, pues me parece terriblemente agobiante tanta violencia. Por ello ya no veo televisión (salvo contadas y muy breves ocasiones), y he preferido mejor rentar/comprar películas que desee ver, o ir al cine a pasar un rato agradable.

Pero las películas, las telenovelas, las series, las caricaturas, las revistas, el periódico, las entrevistas, las novelas, los cuentos… Todo está lleno de violencia, ya sea física, verbal, psicológica, emocional, burocrática, sexual, graciosa, seria, verídica, ficticia, justificada, injustificada… Lo que vivimos y respiramos es violencia pura en todos tamaños, colores, olores y sabores, pero nunca deja de ser violencia: la intención de hacer prevalecer MI voluntad sobre cualquier otra.

No puedo evitar pensar en cuán terrible es el nivel de violencia con el que vivimos, aun en un ejido «pacífico» como en el que yo vivo. Todo el tiempo estamos inundados de violencia: en la tele, en la radio, en las conversaciones con el vecino, en nuestros propios pensamientos… Sí. Ése es el motivo por el cual todo es violencia. Ese deseo de hacer nuestra (de modo individual) voluntad (en lugar de la de Dios) es lo que desde el comienzo nos dice la Biblia que es el motivo por el cual Dios se alejó de nosotros, y nos abandonó a la inmundicia de nuestros corazones ya que, proclamando ser sabios, nos hemos hecho necios (Romanos 1:18–25).

Si aceptamos que las expresiones artísticas son producto de la manifestación de nuestra cultura (entendida como ya la he descrito), entonces la violencia es lo que habita en nuestros corazones, es la manifestación misma de nuestra relación con nuestro dios —y, en última instancia, con el Dios de la Biblia (sea nuestro dios o no)—, es decir, de nuestra religión.

Dicha religión se presenta en la Biblia desde el principio de la historia humana: es el deseo del ser humano de decidir qué es lo bueno y qué es lo malo (Génesis 3:5); el pecado original que nos lleva a quitar a Dios del lugar de autoridad que le corresponde sólo a Él y poner en dicho lugar nuestra propia voluntad. Al ejercer cada uno de nosotros nuestra voluntad cual si fuese soberana en vez de someternos a la divina, sabia y soberana voluntad del Todopoderoso Dios, nos estorbamos unos a otros y procuramos «hacerle entender» al otro que debe someterse a MI voluntad.

Obviamente, desde esta perspectiva, el pecado es violencia; primero y principalmente, contra Dios (aunque nuestra violencia no puede tocarlo ni afectarlo), y en consecuencia, contra el resto de la humanidad y la creación de Dios.